Alex Gibney – «El implacable» (Serie de documentales)

El implacable

Recientemente la revista Esquire argumentó que Alex Gibney se está volviendo “el documentalista más importante de nuestro tiempo”. En realidad sería difícil negar que ya lo es; con una obra prolífica y en constante crecimiento (en los últimos tiempos ha hecho entre tres y cuatro documentales por año), Gibney ha sustituido a Michael Moore como la voz de la denuncia progresista en ese ámbito. Pero más allá de sintonías ideológicas, poca cosa tiene que ver su trabajo con el del autor de Bowling for Columbine. Gibney es un documentalista de la vieja escuela, un editor exquisito que puede recurrir a montajes muy fragmentados de imágenes pero que no incluyen elementos humorísticos externos a su temática.

Aunque realiza muchas de las entrevistas, nunca aparece en pantalla y no confronta a los entrevistados buscando el acto fallido o el acceso de furia (hasta las figuras más conservadoras parecen cómodas en las entrevistas de Gibney). Tampoco se caracteriza por encontrar materiales particularmente reveladores o secretos, sino que suele basarse en materiales ya conocidos por el público.

Pero el talento del director es su capacidad para organizarlos en forma periodística y no impresionista. Aunque no es un expositor frío que ignore el poder emotivo de las imágenes, su interés nunca es el de la anécdota aislada, sino los sistemas que generan esas anécdotas. Crítico feroz del capitalismo actual, Gibney posee una notable elocuencia expositiva que lo hace explicar en forma clara problemas más bien complejos e insertarlos en un marco mayor y más expresamente político. Dentro de su nutrida -y poco conocida en Uruguay- filmografía rescatamos los principales títulos. Fuente

Enron: The Smartest Guys in the Room (2005). Si no el mejor documental de Gibney, seguro el más profético, en cierta forma predijo la crisis financiera de 2008 y sigue siendo el testimonio cinematográfico más elocuente de los peligros de las desregulaciones en relación a las grandes compañías. Diáfano, a pesar de meterse en laberintos financieros supuestamente incomprensibles para los legos, presenta una de las características más notables de Gibney como expositor; a partir de un ejemplo concreto y fácilmente identificable (los delincuentes de cuello blanco de Enron, en este caso), el director va ampliando el objetivo para ir a lo sistémico, a lo que hace posible que existan este tipo de delincuentes. No hay accidentes en sus documentales: hay sistemas perversos que el director disecciona sin ubicarse como portavoz de ninguna ideología, pero dejando en claro lo que le parece que está mal.

Taxi to the Dark Side (2007): Es una de las escasas películas recientes que tienen un consenso de 100% fresh (es decir, de críticas positivas) en el sitio Rotten Tomatoes, que recopila reseñas de la crítica estadounidense, y en su momento ganó el Oscar a Mejor Documental. Una vez más, Gibney va de lo particular a lo general, partiendo del terrible caso de Dilawar, un taxista afgano encarcelado y torturado hasta la muerte por las fuerzas estadounidenses bajo acusaciones falsas de terrorismo. Pero lejos de quedarse en la simple denuncia de esta monstruosidad (sobre la que cuenta, extrañamente, con el testimonio de los soldados involucrados en el asesinato), Gibney demuestra que, lejos de tratarse de un incidente aislado, fue parte de una política deliberada de Estados Unidos, con la cual abandonó los postulados de la Convención de Ginebra para ir al “lado oscuro” al que hace referencia el nombre del film (una expresión terrorífica del entonces secretario de Defensa Donald Rumsfeld) y legalizar distintas formas de tortura como método válido de interrogatorio. Ninguna película ha denunciado en forma más implacable los horrores de la Guerra al Terror y la sistemática violación de los derechos humanos que se realizó en su nombre, y todo eso sin perder jamás la dimensión humana e inmediata de esos crímenes. No es precisamente un documental fácil de ver, pero todo el mundo debería hacerlo, especialmente como contrapartida de la inmoralidad ficcional de La noche más oscura (Kathryn Bigelow, 2012) y su canto a la tortura.

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